miércoles, 9 de abril de 2014

Recuerdo...

...que me dabas la mano cuando movía los dedos sobre mi pierna.
...que me besabas cuando estaba a mitad de una sonrisa.
...que tu hombro era la mejor almohada.
...la sensación de tus piernas envolviendo mis pies en un avión.
...el ''hoy estas muy guapa'' susurrado al oído, y un beso de despedida.
...''para, me haces cosquillas. Bueno no, no pares.''
...nuestra guerra de ''no te voy a besar'' y mi premio de ''no vale, siempre ganas''.
...compartir cascos en un autobús.
...la manera que tenías de imitarme, que me pidieras perdón al segundo y yo que yo te sonriera 

(como una tonta enamorada)

                                                              De ciega y tonta enamorada, a rota enamorada.



domingo, 6 de abril de 2014

Creo que se llamaba amor o algo así.


La playa estaba totalmente plana. La arena no formaba montículos, el agua no subía ni bajaba, y todo tenía un matiz gris gracias a las nubes y a la niebla. Era sencillo. Era precioso.
Nuestras pies dejaban huellas en la fría arena, y mis dedos, a causa de la baja temperatura, estaban rojos, y apenas los sentía. En la mano portaba mis botas, y a la vez estas llevaban dentro mis calcetines secos. Era feliz. Era absurdamente feliz.
No tenía prisa en llegar a donde estaba él, disfrutaba de la estampa tan ridícula que hacía: él, que siempre se movía y reía, andando tremendamente despacio hacía la orilla con las perneras subidas, y un fondo triste (a la vez que precioso). Apostaría lo que fuera a que él también tenía los pies congelados. Alcé el objetivo de mi cámara y apreté el disparador. Estaba tan lejos que no lo oiría, pero si lo hubiera hecho, se hubiera girado sonriendo a la vez que ponía los ojos en blanco, y entonces yo haría otra foto, para coger ese momento y envolverlo en la tarjeta de memoria.
Dejé la mochila descuidadamente en la arena, apartada del agua y me subí la perneras. La cámara reposaba sobre las manos de mi amiga, mientras que yo me iba a lavar la arena. En cuanto me posicioné al lado del chico, me miró e hizo lo posible para ponerse serio. Yo apreté los labios en una fina línea y metí los pies en el agua.
-¡Joder!
Estaba aún más fría que la arena, y ahora si que no me sentía los dedos. Le oí reír a mi derecha. Yo también reí. Era absurdamente feliz.
Miré hacía donde se encontraba, y le descubrí con sus zapatos negros aún sin poner, los mismos que les había devuelto hace poco. Le interrogué con los ojos. Pero no respondió a eso.
-Odio esas botas. ¿Cómo te pueden caber en los pies?
Yo me reí. No hacía falta explicar su respuesta. Nadie lo entendería a menos que hubiera estado en nuestro lugar, y necesito que ese pequeño detalle, quede bajo llave, como si se tratara de una de las últimas cosas especiales que compartimos. Como si alguien pudiera robarlo de mis recuerdos.
-Por lo menos no te has mojado -respondí.
-Bueno, me he caído.
-Lo siento -dije con un labio alzado.
Era cierto. Pero él negó con la cabeza y se concentró en sus zapatos. Yo terminé enseguida, me sequé los pies con mis vaqueros, con una técnica que aún hoy sigo sin descifrar, y cuando me calcé la última bota, cuando por fin tuve los pies calentitos, me giré hacía él de nuevo.
Estaba a la pata coja, intentando sin éxito ponerse la última deportiva de tela, mientras que la que tenía plantada en la playa se hundía más en la arena y se llenaba de agua. Cuando se metió en su pie, había aguantado tanto el equilibrio que lo planto en el agua sin pensarlo. Soltó una palabrota y yo me reí de nuevo. Luego por detrás alguien dijo que levantara el otro pie, y cuando lo hizo levantó la arena dura y mojada que se había ido acumulando encima. Puso los ojos en blanco y empezó a andar hacía tierra firme, donde ya nos empezaban a llamar. Yo agarré la mochila del suelo y en apenas unos segundos estaba a su lado. Unos pasos más rápido y delante de él, caminando hacía atrás.
-No tengo la culpa de que lo que me pediste -dije sonriendo, porque sabía que no estaba enfadado, se lo veía en la expresión. Intentaba no mirarme a los ojos.
-Estoy mojado, y de mal humor.
-Eso es porque eres torpe.
No aguantó más y me miró poniendo los ojos en blanco y sonriendo.
-¿Hablamos de torpes? ¿Quién se ha caído más veces hoy?
Fruncí los labios y noté como mis pómulos se alzaban.
Y entonces pasó eso que vives a cámara lenta. Nuestros ojos se juntaron, y yo ralenticé el ritmo: seguíamos sonriendo. Me atrapó por la cintura aún cuando seguíamos andando y yo toque su pecho, como había hecho veintemil veces, solo que esta vez creí llegar mucho más hondo. Y nos besamos. Nos besamos en el más amplio sentido de la palabra: no en el físico, no fue largo y apasionado. Fue un leve roce, fue como una explosión de sentimientos y un 'madre mía el corazón me va demasiado rápido'. De esos que cuando te separas sonríes media hora más. Me dio la mano, y créeme: cuando sientes este tipo de cosas (creo que se llamaba amor o algo así), piensas que el espacio que hay entre cada uno de tus dedos, son para la otra persona.

Otra mierda sentimentalista.

Me siento rota, y siento latidos rotos. Y es la peor sensación que existe en este mundo, como ahogarte, como no poder respirar.
No tienes ni idea de lo mal que lo he pasado cuando he sido consciente de su presencia, tan normal, tan natural, tan fresco, tan como si no fuera otro día sin mi, mientras que mi estómago solo retenía nudos con tan solo mirarle.
Es que es levantarme por las mañanas y pensar: hace una semana estaba conmigo y era feliz, podía cogerle de la mano cuando quisiera y memorizar sus tres lunares de la cara con los dedos.
No pienso en que me haya hecho daño, solo en él o en su risa, o en la forma molesta que tenía de imitarme y al segundo decirme que lo sentía.
Y por las noches joder, por las noches es agonía pura, porque te sientes sola, pequeña, y tienes miedo. Y ahí es cuando pienso: no te quiere. Y esas tres palabras solo te taladran y retuercen aún más el corazón. Te duermes llorando, preocupándote por alguien que no daría una mierda por ti.
Cuando les veo juntos, o oigo que fueron al cine, o la veo abrazada a él, o llamándole, me muero. Me muero aún más.
Quiero saber si de verdad, en algún momento me quiso como yo le quiero a él, si en algún momento ha pensando en mi todo este tiempo, si hoy al verme ha olido la vainilla y ha pensado en lo gilipollas que era, si cuando me decía te quiero se creía sus palabras y las decía de verdad; si cuando durmió conmigo sonreía o si jugaba conmigo por obligación. Porque creo que no podría más si todo fuera 'no'. Quiero saber si el año que viene se acordará de mi en mi cumpleaños, o si cuando pase por mi portal se parará a mirar dentro.


Quiero que no duela.

sábado, 29 de marzo de 2014

Vacía.

Es la primera vez que no me salen palabras, ni escritas, ni habladas, que puedan explicar como me siento ahora mismo. Pero creo que se dice que es algo así como tener el corazón roto. Ahora entiendo perfectamente la expresión, pero debería ser más bien 'estómago/garganta/cabeza/alma roto/a'. Porque no es suficiente con que te duela el pecho, tiene que dolerte la garganta de llorar, tiene que haber un vacío en el estómago al pensar en él, te tiene que doler la cabeza a horrores de pensar toda la noche en lo mismo, y lo más jodido: tienes que ser consciente de que has dado pedazos de ti a alguien que en verdad no los quería. Si alguna vez has sentido esto: enhorabuena, has estado hecha una mierda.
Primero lloras, aunque antes intentas contenerlo, lo intentas de verdad, pero cuando sale una lágrima no puedes más, y sale de todo: sale todo lo que queda dentro de ti, sale el dolor, sale la pena, sale tu resentimiento, tu incredulidad, hasta que no queda nada de autocompasión de ti misma en ti. Este paso puede tardar varios minutos, incluso llegar a una hora, y es peor si lo piensas de nuevo, porque vuelves a llorar. Llorar es maravilloso. Porque deja espacio para la furia.
La furia viene bien si puedes descargarla. Si no puedes, es mejor no tenerla. Porque la furia contenida lleva al llanto de nuevo, y si lloras muchas veces en el mismo día sobre un solo tema, es que no puedes más, te ha superado. Pero si tienes un cojín o muchas cosas que puedan caerse en tu habitación: las golpeas. Las tiras, las pisoteas, gritas, gritas y vuelves a golpear algo. Además le insultas, le llamas gilipollas aunque solo te oiga el viento. Esto solo sirve para quitarte el peso de encima, de reconocer que te ha hecho daño, y que eso no es solo motivo para lágrimas porque te causa pena, sino para gritar de enfado porque intentas odiarle pero no te sale.
Le quieres odiar por sus cambios de humor, por no ser el mismo cuando estaba con sus amigos que contigo, porque decía las cosas para hacerte sentir pequeña, por sus juegos, porque tonteaba con ella... Aunque no puedes porque te gusta su pelo, sus ojos, el lunar en su pulgar izquierdo, la forma que tenía de imitarte, que cuando te besara no pudieras pensar en nada más, que encajarás tan jodidamente bien en su hombro, la forma adorable que tenía de levantarte la barbilla cuando quería que le miraras, su risa contagiosa, porque te ha dicho lo siento... Pero no, tienes que librarte de él, de todo sentimiento que te produzca hasta que te quedes vacía. 

Y ahora ten claro que cada película te va a recordar a él, que cada canción que hayáis escuchado juntos te va a taladrar el pecho, que cuando veas parejas cogidas de la mano mirarás el espacio que hay entre tus dedos y sentirás un nudo en la garganta, que tendrás que verle día a día sonreír a otra y ser feliz por encima de ti, y que serás consciente de su persona detrás de ti en clase. Pero seguirás adelante, por muy vacía y detrozada que te sientas.